LA PEÑA DE FRANCIA COMO ARQUETIPO NARRATIVO

José Luis Puerto (La Alberca, 1953), poeta, traductor y editor, es uno de los mayores conocedores de la historia de la Sierra de Francia. Cuenta con innumerables obras y ensayos sobre diversos aspectos históricos, etnográficos y geográficos de la comarca, además de haber obtenido alguno de los galardones literarios más importantes de España, como el Premio Jaime Gil de Biedma o el Premio 'Ciudad de Segovia' de poesía.                                         

                   Prólogo de José Luis Puerto
a 'La Montaña Dorada'

         La Peña de Francia es, desde antiguo, la montaña sagrada no solo para los serranos salmantinos e incluso para las gentes de toda la provincia, sino también para los hurdanos y paisanos del norte de Extremadura, así como para los portugueses de la cercana Beira, que también acuden en peregrinación hasta la cima.
         La devoción hacia la Virgen de la Peña de Francia, no solo se extendió a otros ámbitos peninsulares españoles (por ejemplo, en la propia ciudad de Zamora hay una ermitilla de la Peña de Francia), sino que irradió hasta las propias tierras americanas, llevada por descubridores y colonizadores.
         Como tal montaña sagrada es un ámbito imantado. Posee una suerte de imán que atrae hacia sí a personas de muy distintas procedencias geográficas y de muy distintas condiciones. Y, lo que es más importante, en un momento como el presente, tan problemático para todo lo que tenga que ver con la vida del espíritu, ese centro sagrado e imantado que es la Peña de Francia sigue vivo. Basta con estar unas horas de un día de verano cualquiera para percibir lo que indicamos. O incluso, en las propias Navidades pasadas, en que, pese a las heladas, hizo unos días soleados, las gentes que pasaban sus días navideños en sus pueblos de origen se aventuraban a subir a la montaña sagrada.
         Posiblemente, desde antiguo, para todos los pueblos próximos, ha sido un centro sagrado y, en nuestra cultura, desde el siglo XV, está cristianizado a través de la advocación mariana de Nuestra Señora de la Peña de Francia.
        Sobre pocas montañas españolas se habrá escrito tanto como sobre la Peña de Francia. Cuenta con una literatura copiosísima, de tipo espiritual, de tipo legendario e histórico, de tipo etnográfico y, sobre todo, de tipo literario.
       Las referencias literarias sobre la Peña de Francia son muy abundantes y muy selectas. Algunos de los grandes autores clásicos españoles aluden en sus obras a nuestra montaña sagrada. Así, por ejemplo, Miguel de Cervantes incluye referencias a ella nada menos que en El Quijote, la mejor novela universal hasta el momento, cuando Don Quijote desciende a la cueva de Montesinos; y también la cita en La gitanilla, una de sus novelas ejemplares.
         En nuestro teatro barroco, dos de nuestros más inmortales dramaturgos han dedicado sendas obras nada menos que a la Peña de Francia. Así, Lope de Vega, en su comedia titulada El casamiento en la muerte, trata sobre la introducción de la Virgen en la Peña de Francia. Y Tirso de Molina le dedica toda una comedia con título homónimo: La Peña de Francia.
         Y, si queremos recurrir a un importantísimo historiador y escritor español clásico, como es al Padre Juan de Mariana, en su historia de España, le dedica documentadas páginas a todo el origen y fundación de la montaña sagrada salmantina.
         Pero también en la literatura contemporánea española cuenta la Peña de Francia con un gran valedor, nada menos que Miguel de Unamuno, el escritor vasco-salmantino de la Generación del 98, que le dedica hermosas páginas, por ejemplo, en su libro Andanzas y visiones españolas (1922) y en otras obras; páginas que nacen de los frecuentes retiros que Miguel de Unamuno realizaba en la Peña de Francia.
         Muchas más alusiones podríamos realizar a la importancia que la Peña de Francia ha tenido y sigue teniendo en la vida española. El hispanista francés Maurice Legendre, gran estudioso de Las Hurdes y enamorado de La Alberca (donde tiene una estatua) y de nuestra montaña sagrada, está enterrado a los pies de la iglesia del santuario.
   Blas Infante, el considerado como padre de la “patria andaluza”, tenía a la Peña de Francia como uno de sus lugares de referencia, donde acudía en todos los momentos de su vida en que le era posible.
         No vamos a continuar por esta senda, que sería muy larga de recorrer, pues        –como decimos– la Peña de Francia es una de las montañas españolas que cuentan con una mayor y más abundante bibliografía
         Todo lo que llevamos dicho hasta aquí tiene la función de introducir y contextualizar la novela de Raúl Rentero, titulada La Montaña Dorada, que hoy tienes en tus manos, apreciado lector.
         Raúl ha tenido el arrojo de sumarse a la lista de escritores que han tomado la Peña de Francia como asunto para abordar el hecho creador, para realizar una ficción literaria, tomando la Peña de Francia como centro; con lo cual, de algún modo, está actualizando y renovando el “mito”, el arquetipo de la montaña sagrada y de todo el atractivo que en el presente sigue teniendo, como lugar imantado que es y con los secretos y enigmas que sigue guardando.
         No podemos, ni queremos, –no es nuestra misión aquí, pues esa es una tarea, lector, que a ti te corresponde– desmenuzar el asunto de la novela. Pero sí subrayar la pertinencia de una creación narrativa, en este momento histórico que vivimos, que tiene a la Peña de Francia como centro, como motivo principal.
         Raúl Rentero para elaborar su ficción narrativa se ha documentado exhaustiva y minuciosamente. Cuando vamos leyendo las páginas de La Montaña Dorada, percibimos enseguida cómo el autor se ha metido desde dentro en su trama, en su historia, en su relato, de un modo entusiasta, apostando por lo que cuenta, aunque, al tiempo, está como oculto detrás de lo que relata.
         Y, a partir de esta exhaustiva y minuciosa documentación, y ayudado también por su propia inventiva, por sus propios intereses intelectuales y creativos, además de por sus propios gustos, se ha decidido a narrar, a contarnos una historia, sorprendente e inesperada, sobre la Peña de Francia.
         El relato está tejido, fundamentalmente, a partir de una doble clave o de un doble hilo: el primero procede de los recursos –muy prestigiados en el presente– de la novela histórica; mientras que la otra clave, el otro hilo, se sumergiría dentro de lo que podríamos llamar la narrativa fantástica o, mejor, aquella que está relacionada con el misterio, con los enigmas que sigue encerrando un lugar tan emblemático y visitado, pero, al mismo tiempo, tan desconocido, como es la Peña de Francia. Este hilo, este recurso, también cuenta en el presente de todas las literaturas occidentales con un gran prestigio. Y, de hecho, es uno de los que más fascina, o “engancha” –permítasenos el coloquialismo– a los lectores, también a los más jóvenes.
         Raúl Rentero se ha servido deliberadamente de este recurso creemos que con un doble objetivo: por una parte, para no recorrer el camino, ya muy trillado y muy sabido por todos, de la historia y leyenda sobre la Peña de Francia; y, por otra, para conducirnos hacia un territorio inexplorado y fascinante: el de los misterios y secretos que aún guarda una montaña sagrada, una montaña dorada la llama el autor en el título de su novela, algunos de los cuales –de tipo cósmico– el autor termina desvelándonos a lo largo del itinerario narrativo de su relato.
         Un relato, una novela, que se suma, así, a ese dilatado y fascinante itinerario literario y creativo que tiene a la Peña de Francia como centro y asunto. Y el autor no se suma a tal tradición literaria de un modo trivial y anodino, sino que lo hace aportando nuevas claves sobre nuestra montaña sagrada; unas claves, nos atreveríamos a llamarlas mistéricas y cósmicas, que convierten la Peña de Francia en una cima todavía más fascinante y acaso más inquietante también.
         Toda montaña –como es bien sabido por los tratadistas de las religiones; Mircea Eliade, por ejemplo, nos habla de ello en páginas llenas de profundidad– es un eje que comunica el cielo con la tierra, de ahí que los seres humanos de todas las culturas y de todos los tiempos se hayan sentido atraídos hacia ella para esa conexión humana con lo celeste; pues el ser humano ha estado interesado siempre en descubrir los secretos y los misterios de lo alto, del cosmos, de la bóveda celeste.
         Raúl Rentero nos adentra, de un modo fascinante, con una gran fluidez y, al tiempo, con amenidad –verdaderamente La Montaña Dorada es una narración que nos deleita, y que también, al tiempo, nos instruye–, en ese itinerario que nos lleva al territorio del secreto, del enigma, de todo aquello que aún no conocemos de la Peña de Francia.
         Hay, además, otros valores añadidos, que convierten esta novela en absolutamente atractiva para las gentes salmantinas y serranas, así como para cualquier lector que se interese por lo que podríamos llamar no solo la historia, sino la etnografía y la antropología cultural, y es la disección que se va produciendo, a lo largo de la obra, tanto de las gentes serranas como de toda la vida de la Sierra de Francia.
         Y, también, hemos de recalcar el valor de esa presencia de la naturaleza en la obra, de ese cosmos natural, tan poderoso en la Peña de Francia y en todas las Sierras salmantinas, no solo en la de Francia, sino también en las de Béjar y Gata. Y estos valores etnográficos y antropológicos, así como también paisajísticos, no tendrían que pasarnos desapercibidos.
         La novela, La Montaña Dorada, tiene a su vez otra virtud, que queremos dejar apuntada: su geografía es tan precisa que, tras su lectura, la podemos recrear, reviviendo al tiempo, la ficción narrativa de Raúl Rentero, realizando a pie algunos itinerarios por los enclaves geográficos en los que la trama se desarrolla.
         La Montaña Dorada es, al tiempo, un símbolo –pues hemos de leer la novela no en una mera clave anecdótica, ya que hay en ella un clarísimo sustrato simbólico–, pues estamos ante una clarísima conjunción de elevación (montaña) y plenitud (dorada).
         Ahora, amigo lector, tras nuestras palabras meramente orientativas sobre la obra con la que te vas a encontrar, llega tu hora, tu momento: la hora y el momento de leer y, a través de la lectura de una obra como La Montaña Dorada, que apunta a la elevación y a la plenitud, a través de la leyenda, la historia y el misterio, convertir tu lectura en una experiencia a la vez cultural, espiritual y vital. Eso te deseamos. Buena lectura.

JOSÉ LUIS PUERTO